domingo, 12 de diciembre de 2010

Por fin en Lima



Cuando aterriza el avión en Lima los pasajeros celebran la feliz llegada a destino con aplausos de entusiasmo pero esta vez no los escuchamos. Llegamos al aeropuerto Jorge Chávez con la hora de retraso con que habíamos partido de Barajas. Esa misma hora llevaba D. Manuel esperando nuestra aparición por la puerta de llegadas internacionales y en seguida nos localizó entre el tumulto de pasajeros, familiares, amigos, taxistas y personal del aeropuerto.

Cada vez que llego a este punto me aflora la sonrisa con el recuerdo de mi primer desembarco, con mi mochila amarilla, buscando con avidez y mucho miedo a equivocarme la cara de Luz. Cien, doscientas personas atentas a la puerta de salida, rostros que miraban con la misma pregunta que yo a ellos. Y cómo fue ella quien, acercándose por detrás, me tomó del brazo...

D. Manuel tiene carro nuevo, esta vez de color negro. Al abrir el maletero para meter los equipajes se ve un gran balón (bombona) de gas, como dos o tres de nuestras bombonas. Los taxis, en Lima, funcionan con gas. Resulta más barato pero son carros de gasolina que, artesanalmente, son adaptados para quemar gas y las más de las veces la combustión es deficiente. Este problema es peor aún con las combis, viejas furgonetas de pasajeros que se dedican al transporte urbano discrecional. Así es como la contaminación automovilística afecta muy seriamente a la mayoría de los distritos limeños. Solo los distritos más ricos como Miraflores, Barranco, Chorrillos o San Isidro, por su proximidad al mar, se encuentran algo más limpios.

Llegábamos muy cansados de modo que rápidamente nos trasladó al hotel. Esta vez hemos elegido el Gran Bolívar, en la Plaza de San Martín. Un espectacular edificio de principios del siglo XX que fue construido para alojamiento de autoridades en grandes eventos políticos pero que se ha venido bastante a menos. Para nosotros tiene la ventaja de que, además de resultar barato, 22 € la habitación matrimonial con desayuno incluido,  está en el mismo Centro Histórico de Lima y de ahí podemos salir andando a todos los sitios que nos gustan.

Hotel Gran Bolívar


Y así lo hicimos, nada más dejar las maletas salimos caminando por el Jirón de la Unión, a cenar al Tanta, un pequeño y moderno restaurante junto a la plaza de Armas en el que descubrimos, hace años, unas deliciosas empanadas. Cinco o diez minutos paseando cuando ya, alrededor de las diez de la noche, los comerciantes van cerrando sus negocios.

Allí estaba todo, esperándonos, tal y como lo dejamos hace tres años:

Plaza de Armas de Lima, la noche de nuestra llegada
Que agradable estaba Lima a esa hora, unos 18 grados y sin los ruidos del día, incluso mejor iluminada. Para ir a cenar teníamos que tomar por la izquierda pero nos fuimos de frente al centro de la Plaza de Armas en un intento de fundir la realidad con el recuerdo.


Tranquilamente el hambre nos fue llevando hasta el Tanta. Y por los pelos, pues también estaban cerrando, pero nos atendieron muy amablemente. Dos empanadas, una de lechón con setas y otra de ají de gallina, muy bien acompañadas con dos juguitos helados de papaya.

Empanada de ají de gallina y juguito de papaya

Para que os hagáis una idea, creo que lo más parecido para describir el sabor de la papaya es el melocotón maduro, la papaya no es tan dulce pero se le añade azúcar. Los jugos no son zumos, son batidos, aquí la batidora se llama licuadora porque esa es su principal función. La papaya no tiene zumo y se licúa en la batidora con azucar al gusto y agua helada. El resultado es un juguito refrescante, nutritivo y delicioso.

Distraída el hambre se recupera el romanticismo y salimos de nuevo a pasear lentamente, desandando el camino, hasta regresar al hotel.

En el hall del Gran Bolívar

Un Ford T de 1920
Y aquí estoy yo, descargando en el ordenador las fotos del día, editándolas y preparando las que más me gustan para enseñároslas.

 ¿Trabajando en vacaciones? No estoy bien de la cabeza

Podéis ver más fotos de este día en:

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