martes, 4 de enero de 2011

Me agarró el soroche




A medianoche empezó a dolerme la cabeza. No dormí bien. Antes de que pasaran a llamarnos por las habitaciones ya estábamos levantados y ni siquiera la ducha me había podido despejar. Bajamos los primeros a desayunar y pedimos paracetamol, aspirina o cualquier cosa que tuvieran para el dolor. Estaba muy claro, me agarró el soroche, me había dado el mal de altura debido a la falta de oxígeno pero no se atrevían a darme nada si antes no me veía un médico. El dolor era muy fuerte, no pude desayunar, apenas un mate de coca. la cabeza me estallaba. Finalmente la recepcionista se decidió a ofrecerme un poco de oxígeno y observar si reaccionaba bien.  Sacó la botella, haciendo burbujear el oxígeno en agua y me coloco la mascarilla bajo la nariz. Aquello funcionó de maravilla, en dos minutos me sentí aliviado y, comprobando que recuperaba el color, decidió dejármelo puesto hasta diez minutos. Muchas gracias, desde aquí, a Leny Guzmán por su profesionalidad y gentileza que me permitió disfrutar el resto del día de las maravillas de este rincón de los Andes.

A las seis de la mañana, ya recuperado, nos recogía nuestra combi en el hotel para proseguir nuestro tour. Antes de adentrarnos en el cañón visitamos Yanque, localidad de origen collagua que también tuvo su importancia en la época española, de la que conserva una bonita Plaza de Armas y una iglesia barroca mestiza. También aquí celebraban aún las fiestas de la Inmaculada pero tan solo quedaban niños bailando en la plaza


Niños y niñas con traje collagua

El pueblo collagua fue el artífice de las colosales andenerías realizadas por toda la parte oriental del valle del Colca. Aquí el agua es abundante pero en estas laderas tan escarpadas se escurre veloz hacia el río, dejando a su paso la piedra desnuda y estéril. Desde hace más de 1.200 años este pueblo aprendió a retener el suelo fértil y la humedad necesarios para sus cultivos de maíz, quinua y papa, aterrazando las laderas de la montaña. De esta forma consiguieron producir más alimentos que podían ser almacenados en previsión de años de malas cosechas principalmente debidos a desastres naturales como terremotos, erupciones volcánicas o las lluvias torrenciales del Niño. La sobreproducción de alimentos se almacenaba en grandes depósitos denominados colcas en lengua aymara o tambos en quechua. De aquí el nombre del río y de todo el valle.


Andenerías de cultivos en el valle del Colca


El material con que están construidas estas primitivas terrazas es el propio de la zona, la andesita, una roca ígnea que no ofrece mucha resistencia cuando hay exceso de agua, lo que ocurre cuando llega el Niño, produciéndose corrimientos y desmoronamiento de las terrazas. Cuando llegaron los Incas aprendieron de los Collagua la construcción de andenes y aún los mejoraron, como puede verse en las zonas de Cuzco y Puno, mediante el empleo de granito que aportaba más solidez y de piedra pómez que les confería una adecuada permeabilidad sin desmoronarse. Parece ser que este tipo de colaboración cultural con los pueblos de su entorno fue la base de la rápida expansión del Imperio Inca.

Proseguimos nuestro camino adentrándonos en el cañón para detenernos unos minutos frente a una colosal pared, de muy difícil acceso, en la que Peter nos hace descubrir unos enterramientos preincaicos entre los que destaca uno teñido de rojo que debió corresponder a un jefe collagua.

Enterramiento de un cacique collagua


Pero no podemos detenernos por más tiempo, es necesario llegar al mirador de la Cruz del Cóndor antes de que empiece a calentar el sol. Como todos los buitres, el cóndor es especialista en aprovechar las corrientes térmicas para ganar altura sin esfuerzo y dominar un enorme territorio donde busca su alimento. Y es en la zona más angosta del cañón donde vamos a encontrar el lugar ideal para observarlo. Allí confluyen la altitud, la proximidad y la corriente térmica. Y ahora también nosotros los turistas a los que el cóndor parece irse acostumbrando pues el guía nos asegura que la afluencia de autobuses, combis, carros particulares y turistas a este punto, diariamente y por cientos, no parece haber alterado el comportamiento del ave que sigue acudiendo todas las mañanas puntualmente a su cita.

Nos detuvimos un par de kilómetros antes del mirador principal para asomarnos al cañón y contemplar su grandiosidad. Tiene 4.160 metros de desnivel en su pared norte. Éste es uno de esos lugares imposibles de describir. No hay foto, palabra o película capaz de reproducir la impresión que causa el tamaño de aquellos cerros, el vértigo al asomarse a la profundidad a que discurre el río, el aire limpio y el sonido o, mejor dicho, la falta de sonido cuando te alejas del grupo, te quedas solo y, mirando al vacío, llegas a percibir el silencio.


Aún hay vegetación a 3.600 m.s.n.m.

Sendero sobre el Cañón del Colca


Caminamos aquel sendero en silencio, ascendiendo de un mirador a otro, esperando con inquietud la aparición del cóndor. Despacio, administrando el aire con prudencia por el temor al soroche. Hasta que, poco antes de llegar a la Cruz del Cóndor, alguien avistó uno y empezó el revuelo en el gallinero de turistas: "¡Por allí, por allí!". "¡Mira, corre, ven!".

Y allí estaba. Por fin. Como una cometa se acercaba desde la pared de enfrente hacia nosotros sin inmutarse con nuestros saltos y carreras. Un individuo adulto, enorme, con su espalda blanca a la vista cuando giraba y se exponía al sol. Tres metros de envergadura  que pasaban sobre nuestras cabezas sin un aleteo, sin un ruido, salvo la admiración que conseguía sacar de nuestras bocas abiertas. Detrás otro y otro más. No conseguí reaccionar para tomar una buena foto pero, a pesar de ello, creo que algo os puedo mostrar.


Por fin apareció como una cometa sobre nuestras cabezas

El cóndor, señor de los Andes


Impresionados por el espectáculo habíamos permanecido allí más tiempo del programado y no queríamos hacer caso de las llamadas de nuestro guía y de nuestro chófer que se impacientaban barruntando la hora de comer. A regañadientes tomamos las últimas fotos en la Cruz del Cóndor y volvimos a la combi para el regreso a Chivay, haciendo alguna breve parada en el camino en aquellos puntos donde el paisaje de terrazas se hace más hermoso.

Andenerías del valle del Colca. A la izquierda se ve un corrimiento reciente

Muchacha cabana con alpaca y halcón


Comimos en Chivay algo más decente que la cena del día anterior y todo el grupo celebró satisfecho el éxito de la expedición. Tras la comida tocaba el regreso a Arequipa. Pero antes despedimos a los neoyorkinos que enlazaban con otro tour con destino a Cuzco y Machu Picchu. Suerte de jubilados que tienen el tiempo, la salud y el dinero suficientes para recorrer el mundo sin prisa.


El camino de regreso es como el de todas las excursiones. De pronto te sientes melancólico y somnoliento y ves pasar el paisaje por la ventanilla con nostalgia como si ya pertenecieras a esta tierra. Curiosamente me doy cuenta de que hay gran cantidad de eucaliptos, parece que se dan bien por aquí a pesar de la altitud y algunos rincones del camino me recuerdan mucho a Cantabria.

Pues ¿no son las tetas de Liérganes?


Peter nos va mostrando algunos puntos de interés como el Nevado Mismi, una de las fuentes del río Amazonas o la montaña Patapampa, el punto más alto del tour en donde quedó nuestra apacheta. Dejamos atrás la laguna de Pampa Blanca con sus rebaños de llamas y alpacas. Adormilados cruzamos de nuevo la Reserva de Salinas y Aguada Blanca pero ya no alcanzamos a ver vicuñas y el paisaje pierde la escasa vegetación para volverse desértico primero y convertirse luego en un inmenso pedregal desmoronado por los sismos.

Un camión accidentado que bloqueaba la carretera nos retuvo durante una hora en el camino antes de retornar a nuestro hotel en Arequipa y despedirnos de Peter, de los demás compañeros y de este maravilloso y fugaz tour que tantas cosas nuevas nos ha enseñado.


Puedes ver más fotos de este día en la siguiente dirección:
http://picasaweb.google.com/CerecedaAtarama/13?authkey=Gv1sRgCLPjwurW3sDt8gE#