Toda una semana preparando maletas convencido de que podíamos llevar dos por pasajero pero parece que en estos años sin viajar las cosas han cambiado. Y el primer contratiempo llegó a traición el día antes de partir.
Por no se sabe qué problema no conseguí hacer el check-in online y tampoco pudieron darme una solución en el servicio de atención telefónica de Iberia, así que me fui derechito a las oficinas del aeropuerto de Parayas. El avión ya iba justito y queríamos reservar asientos delanteros. Allí amablemente me lo solucionaron y, de paso, pregunté cuan rigurosos eran con el peso de los equipajes y, si, son rigurosos, 23 kilos y, no, mi nivel básico de Iberia Plus ya no me da derecho a una maleta adicional. Mi sonrosado color natural empezó a palidecer. Pero para eso son los problemas, para encontrar soluciones: Corriendo al Carrefour a comprar una maleta grande para recolocar todo el contenido de dos de las tres que ya teníamos preparadas.
¿Asunto resuelto?, casi. ¿Habéis intentado pesar una maleta de buen tamaño con la báscula del baño?, es complicado ponerla encima de forma que pueda verse la lectura. Pero para eso están los problemas, para encontrar soluciones. Y ahí estaba yo a las once de la noche subido en la báscula mirando mi peso para volver a pesarme otra vez cargando al hombro la maleta llena. La diferencia resultó de 22 kilos. Menos mal. Esta mañana en la báscula del mostrador de facturación las dos maletas juntas han dado 46 kilos justos. ¡Uuufff!.
El taxista vino puntual a recogernos, a las siete, después de una fenomenal granizada que puso blanco el asfalto. El hombre atento y prudente nos dejó en Parayas con tiempo suficiente y cobrándonos cinco euros más barato que hace tres años.
En el aeropuerto nos encontramos con uno de mis profesores de la universidad, D. Antonio Martín, (sociología, notable), un hombre simpático, ameno y buen conversador. Hoy dirige el M.B.A. de la Universidad de Cantabria. Nos saludó muy afectuoso, contándonos que iba a Casablanca a impartir unas clases de un master.
Con la charla se me olvidaba tomar el dogmatil para el mareo, no me di cuenta hasta el momento de subir la escalerilla del avión. Justo a tiempo pues cuando peor lo paso es en los aterrizajes y para eso aún faltaba casi una hora.
El vuelo correcto, con sus meneitos de cuando en cuando. Pero el paisaje soberbio. Una vez superada la cordillera y despejarse el cielo, apareció la meseta completamente nevada, lisa y blanca como un dibujo navideño, con las hendiduras de los Cañones del Ebro, los bellísimos meandros del río y algunos pueblecitos encaramados en los primeros puntos en que ya brillaba el sol. Qué magnífico espectáculo.
Y aquí estamos, en Madrid. Con nuestros sobaos y el paraguas, con las botas de agua y la camisa de franela, con el forro polar y el chubasquero y con un pronóstico meteorológico que acierta menos que mi báscula de baño. Un día precioso con un cielo limpio y azul como rara vez podemos ver en Santander.
Como Revilluca en la Capital |
Hemos dejado las maletas en la consigna de la T4. Tienen unas buenas taquillas de dos tamaños, normal y grande, en una grande nos han entrado las dos maletas y el equipaje de mano, a un precio de 3,90 €/día. Sin salir del terminal tenemos acceso al metro y allí mismo recogemos unos abonos turísticos que teniamos comprados por internet a 11,60 € para tres días de transporte ilimitado en metro, trenes y autobuses.
Adelantando acontecimientos os cuento que el problema de la huelga salvaje de controladores aéreos no nos ha afectado pues llegamos a Madrid unas horas antes de que empezara y saldremos el lunes, cuando ya se haya solucionado. Viendo lo que luego vimos por televisión, creo que, hasta ahora, hemos tenido mucha suerte. Va a a ser que Diosito nos cuida.